Durante la II Guerra Mundial el gobierno británico «(…) empapeló el país entero con carteles, avisos, ejemplo ilustrativos, anuncios en radio y prensa, con las viñetas de Eric Fraser, Eric Kennington, Norman Wilkinson, Begarstaff brothers (…)». Esta imaginería advertía a los ciudadanos de lo peligroso de conversar descuidadamente –careless talk– y hacer circular información sensible, ya que se daba por hecho que Inglaterra, Escocia y Gales estaban plagadas de espías nazis. No es este el argumento troncal pero sí una de las ramas principales de Fiebre y lanza, la primera parte de la novela de Javier Marías Tu rostro mañana, que he leído en días pasados con la satisfacción de poder, en realidad, explorarla.
Me ha interesado esta pequeña historia con la que abro la entrada por lo que tiene de reflejo ahora que en España, y como consecuencia de la pandemia Covid-19, nos vemos sumidos en un estado de alarma durante el cual la máxima gubernamental es que dejemos de comportarnos como ciudadanos y pasemos a ser subordinados rasos. De aquellas se instaba a los británicos a no hablar. Prácticamente con nadie, hasta el punto de que incluso los cónyuges podían ser sospechosos. Se instaba a la ciudadanía a enmudecer. Cualquiera podía ser espía nazi, podría serlo tu interlocutor o podría serlo un amigo o conocido de tu interlocutor, o simplemente alguien muy cerca podría estar escuchando. No había manera de fiarse. Lo responsable era acatar y callar, sobre todo callar.
El paralelismo entre los casos me parece pertinente también porque comparten un lenguaje bélico que es necesario en el británico y discutible en el español. La excepcionalidad que supuso en Gran Bretaña la II Guerra Mundial es clara y no depende de una interpretación, pero considerar la lucha contra una pandemia como una guerra es una opción, es una estrategia. Podría haber sido de otro modo y las consecuencias serían distintas. Acatamos en cualquier caso no como sociedad civil sino como súbditos, y tan sólo queda a algunos la tentación de ejercer su poder a la villana manera, sabedores de que serían capaces de romper ciertos equilibrios sociales con la desobediencia, ejercitándola o llamando a ella. También cabe entender el sometimiento como una forma de libertad, una elección que se enarbola.
Mezclo reflexiones mías con las de buenos amigos e, incluso, con las de Javier Marías, que las suscita aquí en cualquiera de los casos. La novela, como buena parte de la obra del autor, tiene un desarrollo psicológico que bucea hacia lo esencial del ser humano, con tempo que se requiere lento -¿habrá quien pueda leer rápido a Marías?-, y que requiere también de la generosidad del lector para consigo, pues ha de estar dispuesto a soltar el hilo de la trama y dejarse perder por un tejido narrativo complejo que conforma no sólo la estructura de la obra sino el propio estilo, ambos originales y marca de la casa. De hecho una y otro están íntimamente ligados y funcionan como cómplices de un juego literario que es en sí emocionante, porque tiene algo de alocado en su progreso (nunca huida) a base de oraciones que crecen en busca de algo esencial que decir respecto al alma humana.
Este juego se mueve en un nivel de profundidad donde se alcanzan a tocar estas cuestiones esenciales que no siempre se tratan pero que nos hacen vibrar en su indagación. Marías lo hace bien, su apuesta literaria se sirve de un estilo abarcador lleno de disyuntivas, posibilidades, supuestos, condicionales con los que el autor enreda a su narrador y al que moldea con una inconsistencia propiamente humana. Lo esencial de las personas se va construyendo según decisiones que parten siempre de dudas razonables cuando no están condicionadas por compromisos, ataduras, meteduras de pata porque un día no se supo mantener la boca cerrada, etc… estas reflexiones son las que dotan al narrador de vida… y lo que hace de esta historia una gran novela.
El español Jaime o Jacobo o Jacques Deza vive en Londres, adónde está de regreso tras separarse de su mujer, y trabaja para el grupo secreto del que surgió la creación del MI6 británico en la II Guerra Mundial, el servicio de espionaje dedicado a misiones en el exterior del país y uno de cuyos históricos es Sir Peter Wheeler, viejo profesor retirado y amigo de Deza. Su labor dentro del equipo, que aún funciona con objetivos no muy claros y siempre sospechosos, depende de su talento o don, difícil de encontrar y que, de hecho, ya muy pocas personas poseen: el de ver lo que la gente oculta, el de saber lo que hará tal o cual persona pese a lo que hoy diga, el de saber, en definitiva, cómo será su rostro mañana. Esa es su labor de intérprete al servicio de Mr. Trupa, actual jefe del grupo secreto, y de la mano de quien se dirimen ciertos asuntos desconocidos para Deza y que se desarrollan por debajo de diplomacias y fronteras.
Me gusta ver esta obra también como homenaje al género de novela negra (policiaca o de espías), que el propio Marías cultivó con aquel juvenil debut literario que fue Los dominios del lobo, y sobre la que hay que destacar una madurez impropia de quien aún no tenía oficio, una novela que cabría suponer de aprendizaje y que está a la altura de las mejores del género escritas y que se siguen escribiendo hoy como réplicas resultantes de una fórmula ya vieja. Lo que hace Marías me gusta porque pasó esa página enseguida y lo hizo con verdadera ambición y compromiso literarios, y lejos de tratar de superar el género logra apoyarse en ello para escribir algo nuevo, que ilumina la parte escondida de estas historias de por sí oscuras. Así, también cabría reconocer en Javier Marías parte del legado que a las nuevas generaciones de lectores dejaron Conan Doyle, Patricia Higsmith, John Le Carré o Ian Fleming entre otros.
Un aire derrotista sopla por esta novela en la que el narrador podría estar dando rienda suelta a sus prejuicios a partir de su puesto don interpretativo («todos querían ser los más inventivos», «frente a la tendencia de no ver nada y de procurar no verlo») y en el que la desconfianza es motor de la vida en comunidad, la desconfianza hacia los demás, el peligro de la confianza vulnerada por las posibles traiciones pero también la desconfianza hacia uno mismo, incapaz de asegurar su bienestar y el de los los demás. Mejor, pues, callar. Y quedarse en casa. Aún me faltan por leer las otras dos entregas de esta novela larga que se publicó originalmente entre 2002 y 2007.