SAVATERIANAS, 3.
En la columna del 28/10/23 Savater se pregunta de forma aparentemente desprendida quién educa, a la par que muestra su desconfianza hacia la posibilidad de que un español de hoy luzca un mínimo de sentimiento patriótico en el extranjero o en cualquier otro lugar o situación, ya que dice según apunta en un tono sarcástica muy habitual en él «(…)de España mejor no hablar, porque es signo de fascismo mencionarla sin escupir después». Como imaginarán la columna tiene su jugo y recomiendo leerla. Por supuesto no hay desprendimiento ni puede haberlo en un texto de Fernando Savater que habla de educación y en ella se apuntan un par de cosas interesantes, sobre las que cabría escribir más en profundidad, algo que no voy a hacer.
Pero respecto a la falta de sentimiento patriótico de los españoles (que Savater no expresa así) quiero decir que es este sentimiento en España cuando menos confuso hasta el punto de que uno utiliza la palabra España a sabiendas que tiene algo de forzado y que la podemos aceptar para nombrar nuestro Estado pero difícilmente -por no decir imposible- como significante de una nación, certeza esta que para mí tiene bastante de alivio. Acepto no obstante el sobrevuelo de la columna con su juego banderil por hacerse entender bien en lo que creo que Savater trata en realidad de señalar: que los españoles somos unos acomplejados. Una vez alguien me dio la bienvenida al «primer mundo» cuando estaba yo haciendo un bolo de teatro en un municipio de Álava: me quedé tan contrariado que no supe qué decir, aunque mi mala conciencia por la falta de réplica a aquel absurdo alarde de ignorancia supremacista se vio durante la representación recompensada con unas cuantas «mangadas» de esta persona que en realidad era el técnico del teatro, y al que el equipo de la sala le quedaba claramente grande, aunque no era mejor que los que nosotros manejábamos en algunos pueblos castellanos. No sé si contar esta anécdota puede valer como orgullo patriótico, y me van a decir que no, que eso sería en caso de que la historia hubiera sucedido en Portugal, Andorra o Francia, pero no en Euskadi. Así que pueden borrar este párrafo de su memoria: como si no hubieran leído nada.
Más interesante, aunque lamentablemente podamos aplicarle un parecido (y lastimoso) nivel de rigor, es la afirmación que Savater hace mediada la columna: «(…) uno puede reformar las aulas, pero no crear padres y madres». Me quedé con este final de párrafo que, inevitablemente, mi cabeza hilaba con el título de la columna y, la verdad, lo que aquí nos deja el filósofo son un par de problemas en los que es necesario indagar. Yo carezco de herramientas (y de espacio ahora mismo) para hacerlo. Preguntar quién educa es también preguntar para qué, con qué fin se educa y, desde luego, a quién.