Cuarta pared

La intérprete está en escena cuando el público entra. Posición horizontal en contacto con el suelo, cambiando lentamente de postura, muy lentamente: está danzando. Su mirada cambia de dirección con sus movimientos, pero siempre mira al vacío, a un horizonte imaginado, nunca al público: ella no lo ve aunque lo vea. Lo ve la intérprete, que ha de sentirlo (ojos con rabillo) pero no el personaje, y ni una ni otro mira a los espectadores de esa tarde, que aparecen desde veinte minutos antes de que se apague la luz de sala. El público va ocupando las butacas, hablan mientras se colocan. Ellos sí miran a la intérprete (y puede que al personaje) pero tampoco la ven, al igual que no la oyen porque su coreografía está envuelta en silencio y proyecta calma. Los espectadores siguen a lo suyo: hay cosas que comentar porque casi todos son profesionales de la Feria internacional de teatro y danza de Huesca, hay risas, un clima distendido que por fuerza invade el espacio sagrado de la escena, un espacio pacífico y desprotegido. No hay rito en la entrada del público, puede que sí una propuesta de rito por parte de la artista (Paula Quintas) pero ella aún no ha llegado para la mayoría, no hay personaje porque no ha empezado la función. La cuarta pared está donde casi siempre.

Paula Quintas en una foto de Alberte Peiteavel. Está tomada de su web: https://www.paulaquintas.com/

En una de las mejores funciones de la Feria de teatro de Castilla y León de este año, en Ciudad Rodrigo, me pareció que uno de los actores mandaba callar al público (infantil) porque los espectadores estaban tan metidos en la obra que el ruido hacía peligrar la función. Unas horas después pude hablar con el director y este me dijo que no era así, que ese gesto (dedo índice a los labios) formaba parte de la dramaturgia original. No obstante, me confesó que la participación del público infantil es cuestión sensible y peligrosa en la que hay que poner mucho cuidado porque «la cosa se puede ir de las manos».