Censura y creatividad barrocas

Se dice -lo dicen críticos y estudiosas- que las cotas más brillantes de las letras hispánicas se alcanzaron en la época de mayor presión censora, que acaso es esta en la que se centra el estudio del catedrático Héctor Urzáiz y que se presentó el pasado mes de julio en la última edición del festival Olmedo Clásico. Quien quiera saber más sobre las prácticas censorias en el Siglo de Oro puede acudir a la fuente que el propio Urzáiz (entre otros) alimenta y dirige aquí: Proyecto Clemit. No obstante este libro es un jugoso primer acercamiento (riguroso, profundo y en realidad extenso) a un mundo, el de la censura y las licencias en manuscritos e impresos teatrales, que no puede caber en un volumen de papel, entre otras cosas porque está en desarrollo, y que además de aportar a investigadores y profesores datos nuevos y nuevas lecturas sobre el funcionamiento censor en la época proporciona a los poco iniciados algunas buenas historias que lo introducen en uno de los momentos de mayor fulgor libresco, impresor y literario del país (o lo que esto sea).

Héctor Urzáiz, 2023. Universidad de Valladolid y Ayuntamiento de Olmedo, 2023. 219 páginas. Pvp: 35 €.

Como pertenezco al grupo de los no iniciados he centrado mi lectura en la diversión con lo que de anecdótico he encontrado (me perdonará mi amigo Héctor la mirada corta) en esta época (literaria) en la que los protectores eran quienes ejercían el control de las publicaciones -también representaciones- porque se trataba más bien de cuidar de la costumbre y no de las artes literarias y sobre todo teatrales, que generaban mucha desconfianza desde los dos principales estamentos de poder absoluto de entonces: estatal y eclesiástico. De ello son consecuencia tanto la prohibición de escribir comedias entre 1625 y 1635 como la creación de una Junta de Reformación de las costumbres impulsada por Conde Duque de Olivares. Este es -grosso modo- el contexto con el que nos encontramos en el sigo XVII, heredero de una censura estatal de libros que se ejerce desde 1502 por los Reyes católicos. La Iglesia después, con la Inquisición como brazo ejecutor, estrecha aún más los límites creativos del teatro, que han contener los preceptos católicos y bajo ningún concepto ponerlos en duda.

No obstante existe la necesidad de ejercer otro tipo de protección, ya que el comercio libresco es, como se sabe, uno de los más importantes de la época, lo cual lleva a establecer un juego de equilibrios, miradas suspicaces y triquiñuelas que sirven para guardar las apariencias tanto desde la parte censora como teatral y apañárselas para ir cada uno haciendo lo suyo. Así, por ejemplo, la censura previa (a la impresión y venta de la obra) era (también) una forma de evitar la prohibición sin provocar gastos extraordinarios ni generar daños irreparables en librerías y talleres. De hecho los intereses económicos podían ganar la partida a los religiosos-morales.

Pero, como decía, hay otros aspectos más y menos anecdóticos -podríamos decir casos- en los que me parece que resulta inevitable fijarse, como lo que concierne al corrector «creativo» Vargas Manchuca, que deja claramente su impronta poética en el final de «El castigo sin venganza», de Lope de Vega, y cambia y añade versos a su gusto, enmendando la plana al fénix, algo de lo que el propio Urzáiz nos habló durante la presentación del libro en Olmedo junto a Ramón Valdés, porque este presentaba a su vez su edición de esta obra en RBA a partir de las investigaciones del grupo ProLope. Igualmente sabrosa es la anécdota de Andrés Baeza como censor de su propia obra («El valor contra la fortuna» y «No se pierdan las finezas») cuya impresión -se ve venir- aprueba e imaginamos que efectivamente cumple con los requisitos de la reformación de las costumbres. Es una época en la que, como otras más cercanas, la censura y la creatividad artística convivían y se relacionaban subrepticiamente, con intereses y cuidados variopintos en la que los censores eran muchas veces escritores y atendían los textos según sus propias necesidades personales, compromisos, posibles retornos, posicionamientos…

Sobre los aspectos filológicos de la práctica censoria el libro aporta cien páginas -la mitad del volumen- con datos y textos originales, así como las intervenciones directas (tachaduras, aportaciones) de los censores según temas, desde el control civil al del Santo Oficio; textos, como el bíblico, religioso o la «graciosidad»; y épocas o lugares, como América o la censura dieciochesca del teatro barroco. Es este, como decía al principio de esta entrada plagada de paréntesis, la parte dirigida a especialistas o iniciados y en la que, no obstante, es fácil seguir encontrando historias y datos sabrosos también para los profanos como yo. Por supuesto al final una extensa bibliografía a la altura del rigor requerido para el ya décimo noveno título de esta colección que dirige el profesor Germán Vega García-Luengo, codirector del festival olmedano además de referente absoluto de los estudios literarios y teatrales de la época.