El patrimonio del concejo.

Tengo un amigo que dice que miro poco la calle por la ventana de la librería, pero a mí me gustaría poder ver -oculto, anónimo- desde el lado de fuera del cristal a quienes estuvieran dentro. Igualmente me gusta ver desde una esquina de la butaca -muy atrás- al público que entra y al que sale de un función teatral de mi compañía. En ambos casos siento que otros están participando de algo mío sin saberlo ellos.

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Irremediablemente en la pomada y percibido más de lo que me gustaría, el pasado jueves tuve que presentar un par de cosas. Una fue la nueva temporada de actividades, con las programadas para lo que queda de octubre: véase un concierto de Álvaro Gómez (sábado 19, que ya ha sido), la proyección de la peli «El filandón» (jueves 24) y un magosto poético con Luis Díaz, Irene DeWitt y Javier Campelo (jueves 31). A Javier Campelo le doy las gracias porque viene a la librería con una sonrisa sincera de confianza, como si entrara en un refugio. Se equivoca en la apreciación, pero lo hace porque quiere. Julián González peca de lo mismo y ambos irán al infierno, acompañado de algún que otro librero. Seguro.

Tocaba presentación de libro con  Jesús Anta, investigador de ingenierías vernáculas y de arquitecturas civiles y populares que ha realizado varios trabajos y en La tienda de Lope presentó hace dos años «Pozos de nieve en la provincia de Valladolid», pero que también tiene publicado un estupendo volumen sobre las fuentes de Valladolid y es coautor de una historia del barrio de Belén, y de un libro sobre Tiedra. Administra el blog «La mirada curiosa», colabora en «Onda Cero Valladolid» con el programa «Velay», y tiene una sección fija los martes en el periódico «El día de Valladolid» llamada «Callejeando». Viene a vernos a Olmedo y de paso nos cuida. La vez anterior con una exposición que él solito montó con fotografías hechas en los pueblos de Valladolid a propósito de sus trabajos sobre ingenierías del agua. Fue en la torre del reloj. A Jesús le doy las gracias porque sabe lo que hace y hace mucho, porque recorre caminos útiles y atiende las orillas.

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En «Patrimonio del concejo» nos acerca algunas formas de vida -no siempre lejanas- a través de su investigación, no ya tanto en los distintos archivos institucionales -que también- como en  su caminar y conocer las historias de los vecinos de distintos pueblos. Así que sí, es también un libro de historias que, como él dice, hay quien decide leer de un tirón aunque está dividido por capítulos que explican y dan ejemplo del patrimonio civil y popular vallisoletano según el tipo de construcción, desde las casas consistoriales hasta los chozos y guardaviñas, pasando por escuelas, pósitos, molinos, puentes… y así hasta quince tipos distintos de construcciones que conviene conservar en la memoria y, si aún se está tiempo, en su fisicidad auténtica, para contemplación y uso de estas y de las venideras generaciones.

Es un trabajo muy interesante y que Jesús contó con pasión a las poco más de quince personas que formamos su auditorio ese día. Mi librería está sita en un lugar típico de costumbre castellano-acomodaticia, y bien podría entrar aquí a desarrollar cierta paradoja que se produce entre la rica costumbre perdida precisamente alrededor de estas construcciones que ya no se usan en los pueblos y un arraigo exarcebado a las pocas que quedan, y que tienen que ver con la fiesta fácil y religiosa. Pero en este párrafo debe quedar constancia, sobre todo, de la apasionada exposición de Jesús a propósito de un patrimonio que quedó fuera de la mitología histórica con la que fueron alimentados castillos, palacios, catedrales y otros símbolos del poder, y que explica mejor que estos la vida que históricamente se ha desarrollado en los pueblos, precisamente porque su razón era principalmente utilitaria, para el concejo, para el común.

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En edición lujosa de la editorial Páramo, con papel de un gramaje más que considerable, cosido y tapas fuertes entreteladas y con portada de Sierra, yo ya me hice con un ejemplar dedicado por Jesús.