La primera vez que tomé este libro de fotografías pensé que entre las imágenes originales de principios de siglo XX había mezcladas representaciones de aquella época, en ese contexto duro de finca agrícola extremeña, hechas ahora. Me costaba dilucidar en aquellos dos o tres primeros vistazos superficiales, ocasionales, cuáles eran de una y otra época aún convencido de que existía en el libro esta doble cualidad. Finalmente me percaté de que no había ningún juego artístico y de que se trataba en su totalidad de una recopilación de fotos tomadas por Antonio González Martín-Gamero, dueño latifundista de una finca dedicada al cultivo del tabaco y el pimentón situada en la comarca de La Vera, en Cáceres.

Y por qué cuento mi confusión. Algo que en principio podría considerarse anecdótico es significativo del tipo de edición que realiza Caniche en sus trabajos, siempre cuidadosos, de toque artesanal y con mirada artística. Lo que ocurre cuando abres «Dehesa de cuaternos» es que uno solo ve fotografías y ni una sola palabra. Es en apariencia un álbum no comentado que da pie a la especulación del lector y que provoca el deseo de indagar en el origen de esas imágenes, sobre todo retratos, de los trabajadores agrícolas que posan de manera más o menos natural y relajada ante la cámara. La cubierta de acetato, el material de las películas fotográficas originales, incide también en el carácter artístico de este libro de edición limitada.
Caniche Editorial publica en sus libros obra de arte contemporáneo en su compromiso por «seguir el camino de los artistas» y de «dar visibilidad a propuestas que de otra forma no serían accesibles al público». En La tienda de Lope contamos con títulos de Moisés Puente, Txomin Badiola y Elena del Rivero entre otros, así como de algunos catálogos y proyectos pictóricos, fotográficos o escénicos interesantes y que es recomendable conocer, siempre en ediciones que dialogan con la obra publicada y da a los libros condición de coleccionable. Por cierto que desde hace algunas semanas tenemos en la librería «Tres días», de Antonio Ballester Moreno, una edición que, esta sí, tiene mucho de juego a partir de las reconocibles geometrías y colores del artista, y que se propone para compartir entre infancias y adulteces, sean estas las propias de una única persona o las correspondientes a la edad de quienes decidan sentarse juntos a una mesa para leer, mirar, pasar hojas juntos… Cabría relacionarla con la poesía visual que desde Brossa, o por aquí Francisco Pino, entre otros, o más recientemente Felipe Zapico o Paco Pérez Belda, propone a lectores nuevas maneras de relacionarse con palabras o de construir poemas a partir de imágenes. Un trabajo este de Caniche con Ballester muy sugerente, que apetece mirar y tocar a partes iguales, recomendable tanto para amantes de las artes plásticas y de la poesía visual como del coleccionismo editorial.

En el caso concreto de «Dehesa de cuaternos» basta indagar un poco en el interior de este álbum para encontrar un par de desplegables que contextualizan la obra y permiten, en su formato, disfrutar de un visionado pleno de las fotografías, es decir, sin el estorbo de palabras, cuando ya han sido leídos. En uno de ellos se nos cuenta el proceso que se produjo hasta llegar a las fotografías custodiadas por la familia de Martín-Gamero y en el otro unos mapas que sitúan la comarca y la finca. Cuaternos pertenece al pueblo cacereño de Cuacos de Yuste y su población se dedicaba del todo al trabajo agrícola. El retrato que el autor hace de sus trabajadores es documento que sirve para la «reflexión sobre el papel de la dehesa, idiosincrasia de las regiones con connotaciones oscurantistas» y que también pueden explicar la posterior emigración de la población rural a las ciudades. Es fácil caer en la tentación de ilustrar esta entrada con, por ejemplo, «Los santos inocentes» de un Delibes que se ha estado celebrando en 2020, con sus cien años recién cumplidos. E igualmente cabría complementar esta prescripción con libros que se vienen publicando los últimos años a propósito del fenómeno, más o menos asumido ya resignadamente, de la despoblación y de la menos comentada saturación poblacional de ciertos núcleos urbanos como extremo contrario y también preocupante por cuanto que lleva a sus habitantes a hábitos de convivencia cuando menos poco saludables.

Los rostros duros, terrosos, las manos gruesas, indumentarias humildes, juegos primarios que pueden deducirse de muchas de estas instantáneas en espacios abiertos, muchos de ellos naturales, dan cuenta de un tipo de vida sencilla y sin proyección. Puede que el retrato de Martín-Gamero pretenda cierta profundidad y que, de hecho, consiga llegar a algunas subcapas psicológicas de los trabajadores de la finca pero a mi lo evidente de este álbum me parece un presente mayúsculo que entreteje toda la obra, para explicar lo cual pido establecer mi propio juego interpretativo. Y es que lo presente está en primer lugar en la propia naturaleza de la obra, una obra fotográfica que recoge, por tanto, instantáneas, momentos concretos de personas y, ahí va la segunda parte, sin futuro, sin recorrido. La vida empieza y termina en la finca, la suya particular de cada uno y la de su descendencia, la de su familia. Necesariamente han de vivir el día a día y pocas oportunidades de expectativas habrían de tener. Quizás no podamos saber si esas personas eran más o menos felices allí, aunque desde luego todas las fotos son amables e irradian optimismo, como tampoco sabríamos decir si buscar oportunidades más allá del latifundio requería de la huida. No podemos juzgar a la ligera pero sí debemos tratar de tomar conciencia, siempre y cuando podamos, y ponerlo en relación con nuestras vidas más de cien años después, en las que el proyecto no es sólo guía sino obsesión (¿ficticia?) que descuida la vida en presente, justificación de una suerte de huida constante.
Aún me gustaría apuntar algunas cosas antes de cerrar esta entrada. La condición de Antonio Martín-Gamero de fotógrafo amateur, diletante, que como curioso de las nuevas tecnologías de la época y con dinero y tiempo suficientes decide desarrollar no sabemos si cierta faceta artística o simplemente de ocio, o quizás cierto trabajo pragmático, o personal, memorialístico… me resulta interesante, así como la reflexión sobre este tipo de procesos cuya intención y resultado pueden variar tanto como para convertirse en arte lo que no se pretendía que lo fuera, si es que esto puede pasar, o crear un documento de valor etnográfico o político… son ideas que pueden desarrollarse y que las imágenes del libro inspiran.
En cualquier caso, estamos ante una colección de fotos cautivadoras y propiciatorias de lecturas, que tienen algo de hipnóticas… seguramente porque todos los rostros tengan algo de hipnótico y poder mirarlos sin ser visto es un placer al que se sucumbe y en el que uno se recrea… irremediablemente.