Incansables mis amigos de la Asociación de Directores de Escena siguen enviando ejemplares a mi librería, casi todos interesante y algunos de ellos como este volumen que recoge trabajos Romain Rolland y de Jean-Richard Bloch- con un irresistible olor que me ha llevado a sin apenas haberlo sujetado entre las manos a hincarlo el diente: hace ya unos días y aún tengo hambre desde entonces. Estos autores franceses que propusieron un teatro social y de compromiso vivieron la Gran Guerra, coetáneos de otros grandes como Meyerhold, Stanislawski, Piscator… nos ofrecen,nos proponen una misión del teatro que aún en el siglo XXI se nos antoja inacabado y, vaya, digamos lo que de verdad pensamos: inacabable. Transcribo índice y el comienzo de la introducción que hace Rosa de Diego a los autores.
ÍNDICE.
INTRODUCCIÓN,
por Rosa de Diego.
EL TEATRO DEL PUEBLO,
de Romain Rolland.
Prefacios.
Introducción. El pueblo y el teatro.
Primera parte. El teatro del pasado.
Molière.
La tragedia clásica.
El drama romántico.
El teatro burgués.
El repertorio extranjero. Las tragedias griegas.
Shakespeare – Shiller – Wagner. No existe en el pasado más que un repertorio de lecturas populares y no de teatro popular. Las lecturas no son suficientes, el teatro es necesario.
La obra de los Treinta años de Teatro y las galas populares.
Segunda parte. El nuevo teatro.
Los precursores del teatro del pueblo: Jean-Jacques Rousseau, Diderot, La Revolución francesa, Michelet.
Los primeros intentos del Teatro del Pueblo.
El nuevo teatro. Condiciones materiales y morales.
Algunos géneros de teatro popular. El melodrama.
La epopeya histórica.
Otros géneros del pueblo: Drama social – Drama rústico – Leyenda y cuento – Circo.
Tercera parte. Más allá del teatro.
Las fiestas del pueblo. Conclusión.
UN TEATRO COMPROMETIDO,
de Jean-Richard Bloch.
El teatro del pueblo, crítica de una utopía.
Destino del teatro.
Índice.
Publicaciones de la ADE.
El teatro, la sociedad.
«El arte puede y debe intervenir en la Historia»
(Théatre Populaire, nº 11, enero-febrero, 1955)
Jean Vilar considera que si fuera necesario asignar un lugar al teatro y darle un rango en la reconstrucción humana, habría que otorgarle el primero; no hay gesto humano más antiguo, permanente y esencial, más seguro de prolongarse y de ser continuamente repetido. El teatro puede ser punzante, lacónico, escéptico, profético, cómico, trágigo, pero, en cualquiera de los casos, sólo permanece vigente si comprende y aborda las realidades y las necesidades de su época.
Si nos preguntáramos para qué sirve el teatro, podríamos plantear muchas respuestas posibles. El teatro es, junto con las otras artes, un enorme registro, una exploración, sobre el hombre y la vida, un espacio en el que la experiencia humana puede resguardarse y transmitirse. El teatro ha sido siempre un medio de expresión artística insertado de forma más o menos evidente en la sociedad en la que se produce y representa. No existe teatro sin un colectivo que promueva un espectáculo (autor, director, actores, etc.) y sin una comunidad que contemple aquél espectáculo (público). El teatro podría ser una forma de divertimento, comparable entonces al circo o a la televisión. Indiscutiblemente, el origen griego del término teatro, theatron, revela una propiedad fundamental de este arte: es el lugar desde el cual el espectador mira una acción representada en otro espacio. El teatro es , en efecto, un punto de vista sobre un acontecimiento. Y en este sentido, el teatro, por su propia naturaleza, mantiene relaciones estrechas y profundas con la sociedad en la que se representa. Por ello, muchos dramaturgos a lo largo de la historia han tenido objetivos más ambiciosos: el teato es un vehículo para abordar cuestiones morales, existenciales, filosóficas del hombre y de la propia sociedad. De este modo el espectáculo teatral, a través de su fiesta comunitaria, de ese intercambio apasionante entre autor, actor y público, plantea muchos problemas esenciales y tambiñen universales y constituye una constetación de los valores establecidos. El teatro es un espejo que refleja nuestra existencia y, por lo tanto, hace reflexionar al espectador, le enseña, le consuela, le distrae. El teatro, más que nada, más que nunca, ha de estar conectado con la sociedad en la que surge. Quien dice sociedad, dice también política. Indiscutiblemente, en este planteamiento de interrogantes al público desde el escenario, desde la estimulación intelectual y moral, desde el compromiso ideológico, hay también implícita una función didáctica. Ante los problemas de nuestro mundo actual, ante ciertas expresiones violentas y de restricción de libertad, ante catástrofes y situaciones de pobreza y dolor, ante el sufrimiento y la muerte, los creadores artísticos en general, y teatrales en particular, es decir, quienes reflexionan sobre la vida y el ser, se preguntan sistemáticamente «qué se puede hacer» e intentan sensibilizar al público, agitarle.
Rosa de Diego, 2016. ADE, 2016. 290 páginas. Pvp, 15 €.
También disponible en aula de teatro La Guardería.
C/ Sinagoga s/n. Valladolid.