No sabía muy bien cómo contar mi lectura de «Sola», la novela de Carlota Gurt -traducida del catalán por Palmira Feixas- que, como la autora dice, se forma a partir de tres planos superpuestos, fusionados, que tienen en común lo que suponen de viaje interior de una mujer a partir de una huida exterior desde la vida ordinaria a lo salvaje, sea ella la Mila de Víctor Catalá, sea más bien Mei, la protagonista de esta novela, o la propia Gurt, que reconoce en la escritura de la novela un trabajo de cierta introspección.
Me he sentido durante su lectura ávido de sucesos que pudieran acontecer a Mei, la protagonista de la novela, despedida de su trabajo de editora y que decide retirarse de su vida ordinaria a la masía donde se crio para escribir una novela, en realidad la novela. Ha surgido en mí como lector la necesidad de un diálogo -en el sentido más amplio de la palabra- con ella, y que de hecho se producía como consecuencia de cierto tono confesional suyo. En realidad para que el diálogo se produjese sincero tendría yo que ser un tipo generoso (y habilidoso) y desarrollar esta entrada de manera que excitara sus oídos, cosa que no sucederá, con lo cual ese diálogo con la protagonista de la historia sólo puede producirse en mi imaginación.

Sin abandonar nunca lo que tiene de homenaje a «Soledad», el clásico de Caterina Albert (Víctor Catalá) que Trotalibros ha publicado en castellano hace algunos meses con traducción de Nicole d´Amonville, creo que la obra supone, en buena parte y como adelantaba al principio, un ejercicio terapéutico de la autora. No tengo muy claro adónde me ha llevado su lectura ni si me ha llevado a algún lugar, ni siquiera si un relato que tiene mucho de ensimismamiento puede llevar a alguien a algún sitio. Quede expuesta esta duda como respuesta a una de las notas que tengo en el libro y en la que Mei expresa una diferenciación entre narrativa viva y muerta, entendiendo la primera como aquella que tiene un desarrollo más allá de sí misma. ¿Lo tiene «Sola»? Intento otra respuesta más:
Hay en la decisión de Mei de instalarse en el bosque para escribir una novela mucho de perdición y de búsqueda, y mucho de descubrimiento. Esta toma de conciencia supone por un lado un proceso excitante y doloroso (que pasa por una suerte de incendio personal) y por otro un compromiso con uno mismo que lo ha de obligar en adelante: entre las cenizas puede encontrarse algo esencial, resistente al fuego, desde donde comenzar de nuevo. La literatura y en concreto el ejercicio de la escritura acompañan lo vivencial de este proceso por el que Mei pasa, y durante el que ni siquiera acompañada por los pocos vecinos con los que se relaciona -algunos, como Flavio, de manera estrecha- deja de estar sola. Sentarse al teclado para escribir una novela que es reto personal proporciona un mecanismo para metabolizar acontecimientos que en crudo podrían ser indigestos y muy tóxicos, pero que intelectualizados pueden convertirse, aún con toda su dureza, en aprendizaje y reconstrucción. En ese sentido la escritura de una novela que resulta que sí, que tanto Mei como la propia Gurt podían llevar a cabo, es más un medio que un fin en sí misma.
¿Cuál es el papel del lector en todo esto? Sigo dándolo vueltas, pero creo que al menos en mí ha provocado reflexiones y me ha motivado lo suficiente en mis lecturas y escrituras como para que «Sola» siga alguna suerte de camino sin ella misma, hacia algún lugar del que quizá contaré en otro momento.