Lauren Mendinueta cerró junto con Ángela Segovia los «Diálogos poéticos» 2022 de la Feria del Libro de Valladolid que un servidor organiza y para ello nos acompañó la calidez del saxo de Edouard Rambourg.

Lauren Mendinueta es poeta, ensayista y traductora colombiana afincada en Lisboa, desde donde ejerce la entusiasta tarea de difusión de la poesía colombiana. Como poeta es autora de una decena larga de títulos de entre los que destacamos aquí «La vocación suspendida», el título que reedita ahora Difácil y del que hablamos en esta reseña, y «Una visita al museo de historia natural», que también tiene una historia anterior a esta edición que en 2021 hiciera Animal Sospechoso.

Colombia, México, España, Perú, Ecuador y Portugal han publicado obra suya y hay en camino varias traducciones de «La vocación suspendida», quizás en parte gracias al empujón que César Sanz (nuestro celebrado y siempre celebrable editor de Difácil, que cumple ahora sus 25 años de trayectoria) ha dado a la obra. En Colombia ganó tres premios nacionales de poesía, el premio del Festival de Poesía de Medellín y el Premio Nacional de Ensayo y Crítica de Arte del Ministerio de Cultura. En España ha sido reconocida con los premios internacionales Martín García Ramos por la obra que hoy presentamos y el César Simón por «Del tiempo, un paso».

En este bello poemario atravesado por el sentimiento trágico de una vida «sin esperanza distinta de la muerte» el dolor se expresa también como culpa por la inmovilidad, la suspensión ante lo presuntamente inabordable y que, sin embargo, puede pensarse desde la poesía, es decir, puede resolverse en su angustia, por medio de la palabra y puede que quizás solo por medio de la palabra. Nos encontramos así con una suerte de reivindicación literaria por cuanto que la movilidad, la tarea responsable de hacer se entiende desde la creación poética. Hacer es escribir, es la manera en la que el poeta se pone manos a la obra, en realidad es la única manera en la que cabe ponerse manos a la obra cuando se tratan las cosas importantes de la vida.

Editorial Difácil. 112 páginas. 14 €

Evidentemente todo empieza en la indecisión, y el hecho de que «La vocación suspendida» sea un trabajo ya publicado -y se entiende que revisado- en varias ocasiones desde 2008, ampliado también en esta última edición de Difácil con «La realidad sigue alterada», resulta representativo de un proceso que bien podría perdurar y que, en cualquier caso, es en sí obra. La indecisión es también motor de búsqueda, en realidad es un primer paso hacia el movimiento que parte del extrañamiento y de una toma de conciencia de la soledad -¿la solitud?- en la que se encuentra en su dimensión más puramente existencial. Esa suerte de ensimismamiento que se produce, por ejemplo, en la mirada del espejo, un no reconocerse que es, en realidad, conocimiento íntimo:

En la orilla de las aguas inmemoriales,

junto al abandono de la contemplación,

mi tristeza se desliza hasta tocar lo puro,

lo inmaculado de esas aguas rebeldes

donde el reflejo de mi rostro me observa.

Estoy sola, contemplada por mí misma,

juzgada y condenada a existir ahora,

más triste que nunca en la certeza

de que me he negado el perdón.

Pero la constatación de «un mundo en su voluntad sibilino» libra de culpa a la poeta que debe indagar en cuestiones esenciales como la naturaleza de cuerpo y mente desde la contemplación, ya que el poeta, también el filósofo, debe sobre todo aprender a mirar para aprender a mirarse, y luego contarse, pensarse. De ahí los espejos, que en tantas ocasiones aparecen. Ello estira una tensión en el presente entre un porvenir del que no hay nada que esperar y un pasado que es asidero, material a partir del cual explicarse, pero que más bien se nos presenta como un asidero indeseable: «(…)lo vivido está más lejos de la vida / que cualquier mes de octubre.» El presente es entonces una suerte de jaula, y la vida esclavitud. Seguramente esta mirada pesimista es, sin embargo, la que lleva a la acción, a una toma de posición responsable. Y el olvido es una herramienta, una manera de ser » (…) contemporáneo de su memoria».

En estas tensiones se desarrolla la poética de una obra profunda que, esto sí, navega con palabras sencillas, justas para la templanza y de una fluidez admirable para que el lector pueda acompañarla por algunos recovecos íntimos que fácilmente descubrirá que son también los suyos. Sin duda acertamos por aquí atendiendo este poemario en el que buscábamos -como en otros- complementar una mirada que veníamos alimentando -además de toda la vida- desde que este invierno cayera en nuestras manos «Sacrificio», de Marta Agudo, inspiración de nuestros Diálogos de este año y libro del que hablaremos más detenidamente.

Leer a Mendinueta es una experiencia estética que tiene mucho de religiosa, un canto a lo ausente que nunca estuvo y que no vendrá, desesperado, y a la necesidad de situarse en un cosmos con sentido que, sin embargo, no tiene mayor interés en nuestras diminutas pesquisas existenciales: motas, con suerte moléculas que alimenten el metabolismo universal. Es un vértigo conocido, un misterio absoluto.