Una semana en Sanxenxo, por mediación de unos buenos amigos que, además, nos han acompañado algunos días. Me he llevado trabajo. Ella también. Nos vamos de vacaciones para trabajar relajados. También me he llevado la segunda parte de la serie de libros autobiográficos de Karl Ove Knausgard que edita Anagrama. No pensaba escribir sobre ello pero cuando lo estaba terminando me entraron muchas ganas.
Debe de ser porque encuentro parecidos entre él y yo, e incluso porque me siento identificado con algunas cosas que escribe a pesar de que nuestras vidas son muy diferentes. El noruego se reconoce poco hablador, un tipo soso en las conversaciones y despreocupado de los demás desde la distancia, lo que mi madre ha llamado toda la vida ser un despegado. Knausgard , sin embargo, asegura sentir desde la cercanía -más o menos obligada- una fuerte empatía con los demás que no deja aflorar su personalidad, de manera que a menudo es sometido al criterio del otro. Y anoto en mi libreta a renglón seguido: «yo a esto lo he llamado muchas veces cobardía».

El caso es que he leído mucho por las noches, y también por las tardes y por la mañana antes de empezar las tareas libresco-teatreras de cada día, pocas pero incordionas por lo que tienen de necesarias. Eso sí, sentado en la terraza del apartamento podía alegrarme la vista también cuando alzaba la mirada del libro y veía a los vecinos cuidando el huerto o la discontinua procesión de caminantes, una señora con el carro de la compra, un chico joven con una mochila al hombro, una mujer de mediana edad que parecía ir de vacío pero volvía a la hora con bolsas de plástico cargadas de alimentos… un niño con el triciclo, un perro… fue muy sorprendente constatar que todos ellos conformaban una única familia… un paseo mañanero con Esther confirmó la sospecha de ella de que ese camino en realidad no tenía recorrido más allá de donde alcanzaban nuestros ojos, que todas esas personas salían de la misma casa a la que volvían tras realizar sus tareas… ¿También el anciano y el hombre no tan maduro con quien hablaba, qué se yo, de tomates, pimientos y judías, vivían juntos, eran de la familia…? No sé, creo que les miraba porque lo suyo me recordaba a lo mío, su huerto al de mi padre en Olmedo… las coincidencias provocan una sensación de reconocimiento, de identificación… y eso es algo que sitúa o que provoca la muy alimenticia necesidad de situarte, de hacer memoria, de pensarte con generosidad para dar valor a tu vida y a la de quienes te rodean… un ejercicio sano sin duda…
Curiosamente el libro de Knausgard habla de su iniciación como padre con su pareja Linda en Suecia, donde se conocieron y a donde llegó tras, de alguna manera, huir de Noruega y de su vida de ese momento. Este libro es un libro de iniciación. Los amigos a quienes visitamos esos días en Sanxenxo (horrible ciudad al menos en agosto) eran padres primerizos también. El mar está presente en toda la obra y qué decir de las gaviotas. Esas aves que siempre han infundido en mí bastante respeto, e incluso miedo, habitaban el libro y el cielo sobre el terreno de huertas de nuestro apartamento de la Veiga Descalza. En uno de los pasajes Knausgard viaja a través de Google Maps y va a parar a Ríos Gallegos, ciudad argentina… las coincidencias aparecían sin cesar mientras leía y las iba anotando en el cuaderno… en fin… se preguntará el lector que a quién le importan mis cosas y que por qué las escribo, y me pregunto lo mismo y me pregunto también si en realidad se puede contar algo que no sea propio… me digo que si uno no se atreve a considerar sus experiencias material literario, si uno no cree que lo suyo merezca ser contado en realidad no tiene nada que contar. Bien: Knausgard lo cuenta todo.

Esto tiene sus peligros. Como me pasó con el primer libro -LA MUERTE DEL PADRE- me ha costado coger un poco el ritmo de lectura, cargada de un anecdotario familiar que en principio no tendría mayor interés pero que, esta es la cuestión, al poco se revela como lo verdaderamente importante. Va, lo digo, este va a ser mi primer aforismo: la manera de vivir la cotidianeidad es en definitiva la manera de vivir y de estar en el mundo. Entiendo que ahí está el valor de la obra. Que esa es la apuesta del noruego. Vale que su vida tenga algo de extraordinario pero, en definitiva, su valor no está tanto en eso como en lo normal de su vida.
No hay que desdeñar, sin embargo, la profundidad de sus reflexiones. Al fin y al cabo se trata ya en el momento de afrontar su biografía de un escritor entrenado, con éxito en su país y reconocido también por la profesión gracias a sus dos obras anteriores a esta serie: UN TIEMPO PARA TODO, y FUERA DEL MUNDO. La parte metaliteraria, las conversaciones sobre libros y autores con su amigo Geir, su forma de enfrentarse a la escritura encerrado en un apartamento durante horas durante días, la pudorosa vivencia de su prestigio, el trato incómodo con los periodistas, con otros autores… sensaciones que se convierten en sentimientos y que, en realidad, me cuestan un poco creer pues basta dar una vuelta por la red para quedar saturado de posados del escritor. Y a los posados del escritor hay que unir los de miembros de su familia, como precisamente Linda Boström, de quien habla abiertamente y a quien este libro debe de haber convertido en una persona popular, víctima y beneficiaria de una obra literaria que debe suponerse (¡hay que jugar!) escrita a tumba abierta. Podríamos hablar aquí de la capacidad transformadora que tiene este libro de la vida de algunas personas que lo conforman, por cuanto que aparecen en ella desprotegidas por la mirada ególatra de Knausgard… pero también lo podemos dejar para otra entrada… pues imagino que seguiré leyendo la serie… es una buena lectura de verano…

La realidad para Knausgard es también que tiene una hija, y luego otra hija y un hijo más con Boström, y que se encarga de la crianza de todos ellos por épocas más o menos intensivas que ha de combinar con otras épocas de escritura… él se atreve a hablar con franqueza de lo que suponen los hijos, de sus sentimientos hacia ellos, habla con franqueza de sus miedos, de su cobardía, sí, porque cuando su amigo habla de la alta moralidad que supone a Knausgard este lo traduce en simple cobardía. Sabía que el noruego no me iba a fallar en esto: la cobardía se disfraza de respeto a los demás, pero eso es una falta de respeto hacia uno mismo. Está bien decirlo.

De hecho la franqueza (que a pesar de todo prefiero no poner en duda la mayor parte del tiempo) podría ser uno de los temas del libro. Quizás el alcohol fuera el otro, como continuación del primero de la serie, en la que cuenta la muerte de su padre alcoholizado… «La vida se gasta», tengo también apuntado en la libreta. Es algo que se percibe en el escritor: en lo personal las nuevas ilusiones (con cada hijo, los planes con Linda…) ni siquiera llegan a ser un disfrute con fecha de caducidad sino que se presentan simplemente como algo virtual y no se materializan. Knausgard está sumido en la frustración casi todo el tiempo, en la oscuridad…. puede que de ahí le venga la necesidad de estar solo, de la soledad como elección, como capricho, no como obligación… Qué bien se respira en la soledad cuando sabes que en realidad tienes a los tuyos cerca, disponibles cuando les necesites… muchas veces para aguantar lo peor de ti. Mezclo con otra reflexión, lejos del libro, que tomo de otros lugares: reservamos nuestros comportamientos ejemplares para el ámbito no familiar, que queda excluido de un comportamiento respetuoso y templado… y me digo: quizás la alta moralidad consista precisamente en tener el mismo comportamiento público que en familia.
En cualquier caso lo personal es, sin duda, el tema fundamental de la obra, si me he tirado un poco a la piscina en esta entrada ha sido, sin que sirva de precedente, por jugar también yo un poco. Knausgard destaca dos factores que deciden su vida: su padre y no pertenecer a ningún lugar. Literariamente yo destacaría otro factor, que es su pesimista mirada artística: «Lo inventado no tiene ningún valor. El mundo carece de valor por cuanto lo vemos a través de la ficción».