A TRAVÉS DE LA VENTANA, 2.
De tanto mirar por el cristal llego a veces al otro lado esquivando los coches y camiones de la calle de Medina como si de vencejo me tratara. Soy lento pero salgo finalmente a los caminos acompañado de Manchitas -que casi nunca corta la circulación, ni siquiera cuando defeca sobre el asfalto- y ya mientras piso tierra me entra la tristeza, compruebo siempre con la misma pena que el confinamiento es tendencia desde tiempos mucho anteriores a esta pandemia prevista (por previsible) digan lo que digan.
Hacia el Suroeste hay que andar algunos kilómetros en Olmedo para salir, de verdad, a campo abierto, sin los muros que protegen la herida inconmensurable del tren rápido, que sangra la tierra con lentitud permanente para calar la historia de un pueblo cuyos habitantes, blanditos olmedanos, nos conformamos con las rogativas marianas si a cambio hay buenos encierros por el campo… cada vez más encerrado a su vez.
Leo mientras paseo por los caminos y me siento acosado por los largos, altos y robustos vallados que me advierten de mi insignificancia y me vigilan ya antes de llegar a las vías, continúan necesariamente para proteger del entorno natural al entramado mastodóntico de hormigón, piedra y hierros, y aún continúa después como salvaguarda de las pequeñas propiedades privadas (amén) incluso cuando estas no son más que tierra y arbusto.
Puertas al campo nuestra apuesta por el confinamiento no necesita de pandemias, y leyendo este precioso ensayo del poeta romántico Goethe, una de cuyas principales ideas es que todos los organismos crecen y se desarrollan en relación con los demás organismos y su entorno, me produce mucha inquietud y desafecto que sigamos dando con el mazo de nuestras libertades compradas (amén) para hacer con ellas lo que nos venga en gana.