Contar a Lope… sobre ruedas…

El centro de artes escénicas de San Pedro volvió a acoger el «Clásico en familia» del festival de Olmedo, una sencilla producción de Georgina de Yebra de la que participa la Compañía Nacional de Teatro Clásico y con la que se introduce a los pequeños a partir de 5 años en la vida, la obra y, en definitiva, la magia de Lope de Vega, un autor inconmensurable más de 400 años después y que dispone de infinitas provocaciones para un público que crecerá en el previsible y ñoño mundo que los adultos nos venimos montando últimamente.

Es gozoso llegar al teatro un domingo a las 11 de la mañana para concretar el encuentro que en distintos niveles se produce entre infantes, adultos y artistas, aunque yo ya niños no tengo y acudo en calidad de ser humano en (lento) proceso: quienes me conocen ya saben que voy despacio. Ver las funciones infantiles (siempre bien acompañado por mentes inmaduras o artísticas o, como la mía, ambas cosas) me llevan a cierto reposicionamiento respecto de los autores, sus obras y, sobre todo, sus motivos. Es una sensación que tiene que ver con la empatía hacia los niños que te acompañan y que participan de la función: no puede uno evitar ponerse en el lugar del pequeño al que se cuenta que la palabra favorita de Lope de Vega es «amor». Y piensa entonces que lo más importante que se puede decir del dramaturgo madrileño acaba de quedar dicho y que siempre merece la pena ver los montajes infantiles, porque en ellos se vuelve a la esencia.

Pío Baruque Fotógrafos

En la dirección de Mireia Fernández la sencillez, la siempre tan difícil sencillez, juega a favor de la dramaturgia de Georgina de Yebra pues los elementos que conforman la escena potencian la narración oral. Y esto es lo fundamental. El encuentro con el público infantil se produce a través de la palabra dicha y la bicicleta y su kamishibai, el botijo y los libros -todos ellos elementos en sí mismos esenciales- son apoyo a las historias de la actriz cuentacuentos y de entre las que ocupan lugar distinguido «La dama boba» y «La gatomaquia» (hay más gatos en Lope de Vega que en Haruki Murakami, y además Lope les pone nombre).

En cualquier caso me parece destacable la muy cuidada utilización de los elementos escénicos, de entre los que me gustaría destacar los libros, fundamentales en los lopescos juegos literarios -también el kamishibai sirve de pizarra para jugar con letras y palabras- y que son fundamentales en la composición escénica que se crea en según qué momentos dada su versatilidad significante. Respecto a esto último el diseño de luces me ha parecido muy acertado, imprescindible para conseguir que la sencillez no se convirtiera en escasez. Acercar a Lope a los más pequeños, presentarles su rica y desmesurada biografía y provocarles con las posibilidades que letras, palabras y en general literatura tienen para ellos es necesario.

Pío Baruque Fotógrafos

También este año la función infantil es una de las tres o cuatro mejores de todo el festival, algo que no tiene por qué sorprender si tenemos en cuenta que la adaptación de textos a las primeras edades crea oportunidades de juego tanto en las dramaturgias como en las puestas en escena. En lo que a los clásicos se refiere, lo nuevo (lo verdaderamente nuevo) está en su mayor parte en las producciones para la infancia. Ya sólo esto debería ser razón suficiente para que ocuparan un lugar mucho más destacado en estos festivales veraniegos entre los que al menos Olmedo ha mantenido su apuesta intacta. Pero, desde luego, hay más razones.

A nadie que ponga atención en la cuestión se le puede escapar que el arte en general y el teatro en particular son un derecho de la infancia al igual que lo es para los adultos y que como nosotros los niños deben poder disfrutar de funciones más y menos ambiciosas, desde las que son simples eventos de ocio y tiempo libre hasta las que, como en el caso que nos ocupa hoy, desarrollan una labor pedagógica porque, y esto es importante, el rigor no está ni mucho menos reñido con el divertimento y los pequeños pueden irse a casa con preguntas importantes que les ayuden en su desarrollo crítico personal. Esta es otra razón. Pero además hay que incidir en la necesidad de seguir creando nuevos públicos, futuros públicos adultos que muy difícilmente alimentarán teatros si no han tenido oportunidad de acudir a ellos cuando eran pequeños.

Así que me encuentro especialmente contento escribiendo este artículo en el que la responsabilidad que ejerce un festival como Olmedo Clásico, con su apuesta por una sección infantil dentro de la programación general, confluye con la de un montaje como este «Lope sobre ruedas», que decide dar protagonismo casi absoluto a la palabra y propiciar el rito que sólo desde la complicidad con el público sucede. También para esto era Lope, en funciones como esta su magia se despliega en una vuelta a lo esencial. Hablando de magia y hablando de palabras, de rito… quizás alguno de ustedes se esté preguntando qué es un kamishibai. A mí me lo acaba de explicar Esther Pérez Arribas, lopesca de pro, aunque no muy japonesa hasta donde sé…

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