No ha sido fácil, y mucho menos después de la traumática cancelación de 2020, cuando ya estaba todo listo para empezar. Este año el festival se ha celebrado con relativa normalidad y la asistencia de público ha sido exitosa: vaya desde aquí mi enhorabuena a Benjamín Sevilla y a Germán Vega, directores y, en definitiva, líderes de una organización nutrida gracias al respaldo del Ayuntamiento de Olmedo y de la Universidad de Valladolid. Hemos podido disfrutar de una programación que -les recuerdo- va más allá de la corrala, sin duda el espacio más importante y que impregna a Olmedo Clásico de su carácter festivo. La fiesta se concretó en el fantástico cierre de Ron Lalá el domingo 1 de agosto y sobre todo en la portentosa apertura de los «Castelvinos y Monteses» de Barco Pirata el viernes 23 de julio, un alegre, energético y, vaya, multitudinario espectáculo coproducido por la CNTC, en la que se puso sobre las tablas la versión de Lope de los amantes de Verona bajo la dirección de Sergio Peris-Mencheta, una comedia musical que entre escenografía, música en directo, danza y 13 intérpretes polivalentes formaban una maquinaria perfectamente engrasada pero que producía chispas, un todo teatral sólo al alcance de las (grandes) producciones públicas capaces de mantener latente el impulso original… privado.

Sigo haciendo este breve repaso por lo memorable de esta edición del festival: dos días después, mañana de domingo en San Pedro, la oscuridad del teatro espesó algunos puntos hasta crear el ambiente necesario para acoger la adaptación titiritera que de La Celestina ha producido Teatro Corsario, en versión y dirección de Jesús Peña. Una mirada sobre lo más canalla del clásico de Fernando de Rojas que no tiene problema en crear imágenes explícitas con lo truculento. Una recreación, un divertimento para adultos dispuestos a lo grotesco de sus artesanales y casi humanos títeres en acción. Cuando volvimos a la luz de las dos de la tarde muchas caras deslumbradas también por lo que acababan de ver.

Ese mismo día La Corrala recuperó la palabra -que Corsario prácticamente abandonaba por la mañana en favor de las imágenes- de la boca de Rafael Álvarez, El brujo, con su «Dos tablas y una pasión», un espectáculo en el que el intérprete da, como en otras ocasiones, rienda a suelta a lo puramente vivencial y en su permanente búsqueda del olvido del oficio de actor reacciona en presente al público y se pierde por los meandros del momento, a veces con la sinceridad propia del compañero de mesa o de tertulia. La improvisación cuenta con buenos puntos de anclaje en las intervenciones musicales de Javier Alejano, por supuesto en los bellos pasajes de los autores a los que rinde homenaje a través de su poesía, y también en las desternillantes historias más y menos personales que comparte con el público. Crea una relación franca entre el actor y los espectadores a los que trata de transmitir el misterio de los poetas, de Shakespeare, de Lope (mucho juego le dio en Olmedo este día El Caballero), Sor Juana, Santa Teresa, Quevedo… en fin… una apuesta radical por la palabra para una velada profunda, ligera y muy divertida.

El martes 27 Nao d´amores rebajó la fiesta hasta la trágica historia de Inés de Castro, casada en secreto con el infante don Pedro de Portugal y ejecutada por orden del rey don Alfonso, fuente de mitos y leyendas recogidas en los textos de Jerónimo Bermúdez y alimentadas ahora con la versión de Ana Zamora gracias a algunas potentísimas imágenes creadas para la ocasión de este montaje ya de por sí poético. Escenografía de madera que juega un importante papel a modo de bancada para los actores pero también de escaños, promontorio, escenario para las interpretaciones musicales… Esta puesta en escena está complementada por un estanque de agua, capaz en otros momentos de acoger la tierra bajo la que Nise ha sido enterrada o los cuerpos de sus asesinos ejecutados después por don Pedro ante el espectador en un ceremonial ejercicio coreográfico en el que el juego y la muerte se mezclan con sobrecogedora naturalidad. Impecables las interpretaciones textuales y las musicales, estas últimas como siempre a partir de la composición de Alicia Lázaro y para cuya interpretación se incorpora al contratenor José Hernández Pastor que, de alguna manera, representa el conflicto entre lo masculino y lo femenino. Hay un equilibrio perfecto entre lo simbólico (memorable la coronación de Inés desenterrada) y lo real, lo desesperadamente humano de los diálogos esenciales. El portentoso vestuario, los movimientos, la luz y, en fin, la rica pero sobria mirada de Ana Zamora consiguen de nuevo un espectáculo de inusitada belleza.

Como en otras ediciones la función infantil fue una de las mejores del festival, y el «Lope sobre ruedas» de Georgina de Yebra con la CNTC surgió como encuentro propiciatorio de lo nuevo (¿habrá que buscar en estos tiempos digitales lo nuevo en lo viejo?) a través de la palabra, y entiéndase lo nuevo como lo distinto, lo que no se había contado aún… tanto me gustó este cuentacuentos que escribí una reseña al respecto: aquí. Un espectáculo al que fácilmente se puede poner en relación con el de El Brujo pues ambos acentúan el poder relator del cuentista, del juglar, en su puesta en escena preparada para el encuentro con los espectadores.
Y, en fin, como decía al principio la programación de Olmedo Clásico 2021 terminó con la función de Ron Lalá alrededor de la figura del conocido actor del siglo de Oro Cosme Pérez: «Andanzas y entremeses de Juan Rana» y que reunía teatro y música al más puro estilo de la casa, con energía, agilidad y precisión cautivadoras. Canciones pegadizas y recursos dramatúrgicos y escénicos para incluir al espectador en la función con una de las historias más sabrosas del barroco español, la del actor/personaje Juan Rana, cuya fama desbordó la escena del momento hasta llamar la atención de la Inquisición. A partir del juicio por sodomía al que Cosme Pérez fue sometido la compañía madrileña da un repaso por algunos de sus datos biográficos sobresalientes, entre los que resultan insoslayables nombres como los de Calderón de la Barca, Agustín Moreto y Bernarda Ramírez. Final en alto, aplauso largo de un público que alguna manera trataba de alargar la velada y de paso el festival.

Así que la fiesta ha continuado después de todo en 2021 y esta, además, no ha escatimado en cantidad ni medios pues a pesar de un acertado día de descanso se han podido ver un total de 11 espectáculos en los que ha habido mucha música y a los que hay que sumar dos recitales. Muy de agradecer también el seguimiento que la dirección hace de algunas compañías aún emergentes y con propuestas si no redondas sí originales y, sobre todo, con base suficiente para un desarrollo a mejor y que aportan referencias propias de Olmedo a los espectadores. Después de estos duros meses de crisis sanitaria es también muy buena noticia que no se hayan resentido las secciones que año tras año fortalecen con conocimiento y memoria los cimientos del festival: el curso de análisis e interpretación actoral, las jornadas de teatro, la librería como espacio de encuentro, la publicación de cada año y las exposiciones. Cosas que celebrar para que siga la fiesta.